Viviendo en clave Springsteen
Springsteen es coche y carretera, aventura y verano, mi banda sonora de viaje en la infancia, con el CD de Born in the USA siempre a mano en la guantera. Acabar el colegio en un caluroso día de junio, subirme al coche con mis padres y huir de aquel lugar a la "tierra prometida", como tantas veces ha hecho Bruce en sus canciones. En la infancia todo es música para mí, no entiendo la letra, pero su vibrante E Street Band, me transmite lo fundamental, lo vamos a pasar bien. A medida que crezco, el mensaje se enriquece, Springsteen está pintando un lienzo vital en el que no todo son victorias, hay piedras en el camino, el mundo está jodido, pero tú tienes una oportunidad de salir adelante entre tantas dificultades. El optimismo es inherente a la instrumental, aunque sus palabras sean a veces, profundamente trágicas. Cada año que pasa conecto más con las canciones, el idioma deja de ser un obstáculo, la única barrera que permanece entonces, es la experiencia vital. Llegan los primeros amores, los desengaños, los sueños de gloria, las oportunidades malgastadas, las pérdidas de seres queridos... y todo va cobrando sentido, cada palabra, verso y estrofa suenan distinto, te llevan en un viaje personal indescriptible, bello y melancólico.
Mi primera vez en un concierto del BOSS fue de gran impacto, no sabía a qué me enfrentaba, ni que me iba a encontrar rodeado de 90.000 almas coreando aquellas canciones tan personales, tan íntimas, aquellas que tantas veces habían sonado en el coche con mis padres. Aun con las mencionadas barreras de por medio, las tres horas de recorrido musical, fueron puro éxtasis emocional y físico, una aventura que debía repetir. Siete años después, con amores, pérdidas y pandemias de por medio, Bruce anuncia que vuelve. Ahora conozco mucho más su obra y he descubierto joyas como ese Thunder Road del que no puedo despegarme, no es mi vida, no es mi historia, pero la siento como mía. El sueño era ese; cantarla a pleno pulmón, bajo la noche de mi ciudad, compartiéndolo con él y muchos otros. Ayer ocurrió, delante suyo, a pocos metros, abrazado a un amigo, la carretera del trueno cobró vida, así como decenas de esas maravillosas elegías “sprinsgteenianas” que tantas veces me han acompañado.
La noche fue una fiesta de principio a fin, la de la última leyenda del rock, que en pie y más vivo que nunca (como se encargó de dejar claro empezando con No Surrender y Ghosts) me hizo viajar por los pasillos de mi memoria, visitando las habitaciones de mis recuerdos. Acabó Bruce el concierto, solo ante nosotros, con la banda ya fuera de escena, para entonar I'll see you in my dreams, que como dice la canción "la muerte no es el final, porque te veré en mis sueños". Bruce en esta fase de su vida, de nuevo, encontrando salida a las amargas certezas. Felicidad pura, baile desenfrenado, voz disfónica y espalda dolorida, son la resaca de ayer noche, una de la que saco la siguiente conclusión; como dice Sabina, ojalá que el fin del mundo nos pille bailando, y yo añado, si puede ser con música de Bruce Springsteen mucho mejor.