El pasado 8 de noviembre fue el cumpleaños de Emma Tarragon, una adolescente de 18 años que dedica prácticamente el 100% de su día al ballet profesional. Desde que se levanta hasta que se va a dormir, su vida es arte y en su cabeza no existe nada más importante que la práctica de este deporte. Incluso en el día que cumplía su mayoría de edad, el ballet fue su prioridad.
Emma compagina su pasión con el estudio y, aunque lo hace desde su casa y su organización es casi perfecta, a veces le resulta complicado llevar las asignaturas en regla.
De forma rutinaria, Emma se prepara cada día para ir a las clases de ballet en Corella Dance Academy, una escuela de ballet especializada en la Danza clásica, la cual no abandona hasta pasadas las siete de la tarde.
Al llegar a casa, la aspirante a bailarina profesional, va a dormir pronto para poder rendir bien al día siguiente y así dar lo mejor de ella, no sin antes estirar y ponerse hielo en las articulaciones para prevenir posibles fracturas y esguinces. Sin embargo, hay veces que la precaución no lo es todo.
A dos semanas de participar en una de las competiciones más esperadas para la bailarina y su futuro profesional, Emma sufrió una pequeña luxación en su pie debido al sobreesfuerzo. Emma se puso nerviosa y, toda la presión que estaba recibiendo más su propia exigencia hicieron que se excediera con la cura y el hielo, de tal modo que acabó quemándose el tobillo generando una ampolla lo suficientemente grande como para no dejarle ponerse las puntas.
La esencia de este reportaje fotográfico es intentar plasmar la vida de una chica joven que aspira a poder ser bailarina profesional, así como demostrar que no todo lo que hay en el ballet es bonito, sino que, detrás, hay un gran esfuerzo que, a veces, pasa desapercibido.